No somos conscientes de tantas cosas, pensamos: bueno estoy aquí y ahora y vivo lo que me toca, el día a día. Y eso es estupendo, sobre todo cuando no hay preocupaciones que nos angustien, si es posible que todo sea rosa, todo esto no deja de ser en cierta manera idílico.
Pero la vida es real, no es una novela, nunca debemos perder la esperanza.
Quien me diría que hace casi siete meses estaba a punto de traer a la vida ese pedacito de mí.
Hasta el día D, no eres consciente de ese dolor físico de todo lo que te cuesta, de las dudas que te asaltan: sabré educar a mi hija, me querrá, estará sana, será feliz.
Todas nuestras ilusiones puestas en una cosita pequeña, regordeta, llorona, pero tan tierna...
El 4 de mayo llegó a nuestras vidas la pequeña Aysha; borrando un rio de amarguras en algunos aspectos de nuestra vida que poco a poco van encauzándose, trayendo la alegría a toda la familia.
Aún recuerdo el día que nos dijeron que era una niña, no pude frenar las lágrimas de alegría. Si hubiera sido niño, no cambiaría nada, pero el anhelo de tenerla, de compartir tardes, cuentos, libros, conversaciones de madre e hija, fiesta de pijamas, ir de compras; todas esas cosas de chicas.
En fin, que luego te puede salir un marimacho...
Toda una generación de mujeres: mi abuela, mi madre, yo y ahora Aysha.
Sólo pensaba en juntarnos todas, en especial con mi abuela y enseñar a su biznieta, que disfrutara de esa esperanza de vida, de sangre nueva, de grandes momentos juntas las cuatro, verla crecer.
Que emoción cuando vio a esa pequeña cosita, por casi vuelca el cochecito, ¡ qué bellos recuerdos !.
Pero la vida tiene esa parte amarga que nos atraviesa el corazón y tan pronto pasas de ser la persona más feliz, a sentir las frías garras de ese final.
El 2 de julio mi abuela Margarita, se marchó de nuestras vidas, nos dejó en la más absoluta tristeza.
No he podido despedirme y llorar por ella como hubiera querido, pensaba en Aysha, no podía dejar que me viera triste.
Y ahora pienso en todos esos días, fiestas, en las que no podremos estar, en las tardes de churros con leche y pasteles, en su cucurucho de castañas. En las primeras navidades de Aysha.
Aún así tengo el consuelo y la alegría y lo llevaré siempre conmigo. De que pudo conocer a su biznieta, cogerla en sus brazos y llenar esos momentos de alegría.
Ahora y siempre no te olvido y sigo oyendo tu voz en mi cabeza.
A veces podemos pasarnos años sin vivir en absoluto, y de pronto toda nuestra vida se concentra en un solo instante.
Tanta prisa tenemos por hacer, escribir y dejar oír nuestra voz en el silencio de la eternidad, que olvidamos lo único realmente importante: vivir.
La vida es un arco iris que incluye el negro.
No basta con pensar en la muerte, sino que se debe tenerla siempre delante. Entonces la vida se hace más solemne, más importante, más fecunda y alegre.
El día de tu muerte sucederá que lo que tú posees en este mundo pasará a manos de otra persona. Pero lo que tú eres será tuyo por siempre.
La muerte llama, uno a uno, a todos los hombres y a las mujeres todas, sin olvidarse de uno solo -¡Dios, qué fatal memoria!-, y los que por ahora vamos librando, saltando de bache en bache como mariposas o gacelas, jamás llegamos a creer que fuera con nosotros, algún día, su cruel designio.
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