No sé exactamente cuando llegó, cuándo se instaló en nuestras vidas, pero halló su lugar en el salón y hoy día sigue allí.
En un comienzo imagino que fue por las temporadas que la abuela pasaba en casa, no lo sé, pero a los ojos de la pequeña niña de mirada triste era un objeto mágico.
Muchas tardes observaba el compás rítmico al que su abuela se mecía, con ojos expectantes esperaba la respuesta de su cuerpo recostado, con un gesto de sus cansados y frágiles brazos en jarra, acudía como un rayo y se acomodaba en sus haldas, ambas recostadas admirando una postal otoñal a través del ventanal e imnotizadas con la dulce melodía del bamboleo, hasta que la pequeña niña cerraba sus ojitos y caía en sueños dulces.
Ese objeto maravilloso llenó su mente durante mucho tiempo, pues cuando ya poseía consciencia más madura, no dejó de pensar que la mecedora era algo entrañable y que algún día, muy lejano, cuando su vida fuera de ella, habría un lugar en el que tendría cabida.
Aquella mujer de mirada triste, encontró su lugar en esta vida, con las personas que la querían y junto a la persona que la respetaba y aceptaba su ser, todo lo que ella era. Para lo bueno y lo malo, en la riqueza y la pobreza, en la salud y enfermedad. Formaban una pareja.
El tiempo se fue sucediendo y la vida fue avanzando, aquella mujer de mirada triste deseaba su propia familia, la felicidad, una pequeña vida que iluminara su existencia, después de intentarlo y desistir en conclusiones y sentimientos negativos.
Un pequeño rayo de luz, llenó su desesperación y por fin entre lágrimas de alegría la felicidad les llegará si dios quiere y todo va bien en mayo.
Pero dónde hemos dejado esta historia...
Aquella tarde invernal daba paso a la oscuridad de la noche y las luces de los adornos que anunciaban la esperada Navidad resplandecían iluminando cada calle, cada paso de cebra, cada bar...
Su triste mirada recayó en un escaparate de adornos, todo tipo de muebles auxiliares y como si la gravedad la atrajera, sintió que tenía que entrar; todo era maravilloso: rinconeras de caoba, paragüeros de roble, cuberterías. De todo, hasta ropa de futuros retoños.
Fue entonces, cuando su mirada la encontró, en una esquina. Volvieron los recuerdos de aquel objeto mágico que un día de su infancia se instaló en su pequeño corazón, aquel al que anheló en sus pensamientos, como un impulso corrió hacia su reposo, halló el sitio de su infancia donde nunca se perdería, donde sería ella, junto a su retoño recordando postales otoñales frente al mirador, pero hoy sería ella la que prestara sus frágiles brazos al abrazo de su tan esperado bebe.
Hoy reposa en mi sala de estar y ya forma parte de mi historia, algún día espero que forme parte de la de mis hijos.
Esa mecedora entrañable.
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